Muchos piensan que el éxito se mide en aplausos, en títulos, en bienes materiales o en la admiración de los demás. Pero el verdadero éxito no siempre es visible ante los ojos del mundo. A veces el éxito se esconde en la perseverancia silenciosa, en levantarse una vez más después de caer, en ser fiel a lo que uno cree aunque nadie lo reconozca.
El éxito puede estar en mantener la paz cuando todo alrededor es caos, en educar con amor a los hijos, en trabajar con integridad aunque no haya reflectores, o en mantenerse de pie cuando la prueba quiere doblarnos. No siempre se publica en redes ni se celebra con multitudes, porque el éxito más profundo nace en lo íntimo del corazón y lo confirma la conciencia delante de Dios.
Al final, no es lo que se ve, sino lo que permanece. El verdadero éxito no es efímero ni depende de las circunstancias, sino que es fruto de la fidelidad, la constancia y la paz interior.
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