Años atrás un apicultor introdujo una gran cantidad de abejas en una de las islas del mar Caribe. En los primeros meses las abejas trabajaron diligentemente en la acumulación de miel para el invierno. Pero cuando descubrieron que estaban en una tierra de verano permanente, dejaron de producir miel y se dedicaron a volar perezosamente y a picar a los habitantes. El buen clima tropical echó a perder la tradicional laboriosidad de las abejas. Como resultado, dejaron de trabajar y comenzaron a molestar a la gente. ¿No encontramos aquí un principio aplicable a los seres humanos? ¡Cuántas veces las circunstancias benignas que nos rodean pueden malograrnos, mientras que los problemas y las adversidades pueden estimular nuestro progreso personal! Así es, un ambiente de algodones, donde todo lo recibimos fácilmente, sin esfuerzo ni sacrificio, puede ser más para nuestro perjuicio que para nuestro beneficio. La historia enseña que la mayoría de los hombres encumbrados, que dejaron algo útil en la tierra fueron personas que muchas veces debieron sufrir la pobreza, el olvido, el desprecio, la enfermedad y toda suerte de problemas. Pero a pesar de ello, o mejor dicho, gracias a ello, alcanzaron un triunfo que benefició a generaciones enteras.
Si alguna vez hemos cifrado toda nuestra esperanza de éxito en la buena suerte, en un ambiente fácil y acomodado, ¿no convendrá que recordemos hoy la experiencia de aquellas abejas del Mar Caribe? La tibieza del clima tropical las echó a perder.
Es en la vida salpicada de veranos e inviernos, de calmas y de tormentas, de sonrisas y de lágrimas donde más fácilmente pueden asegurarse el éxito y la virtud. Y cuando la lucha es recia y la prueba se hace dura, no debemos desmayar. Podemos aferrarnos de las manos sustentadoras del Eterno y avanzar confiadamente.

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