Dos amigos dialogaban entre sí. Uno de ellos había pasado un rato hablando de sus problemas, de las dificultades que tenía con sus hijos y con su salud. Su espíritu abatido y quejumbroso hizo reflexionar a su amigo, hasta que finalmente le dijo
-El otro día estuve visitando un lugar donde nadie
tenía un solo problema. Y me quedé impresionado por ese hecho.
-¿Qué lugar era ese? - ¿Sabes cual lugar era?
–Respondió-: el cementerio.
Ante tal salida, el amigo lleno de problemas aprendió
una importante lección.
Mientras tenemos vida, siempre tendremos problemas,
los problemas estarán siempre a nuestro lado. Y su sola presencia son un
síntoma de vida; son un desafío a la lucha y la superación. Es solamente en el
cementerio donde no hay problema, porque allí tampoco hay vida. La vida normal,
que busca progreso y bienestar, implica una lucha constante. Es bueno aceptar
esto con fortaleza y madurez, porque el rebelarnos contra ella solo produciría
amargura y pesimismo.
Según la actitud que adoptemos frente a los problemas,
o nos aplastan o nos elevan. Es necesario saber cómo manejarlos y resolverlos. “La necesidad del hombre es la
oportunidad de Dios”. Por lo tanto el alma conflictuada y cargada de problemas
puede encontrar en la oración de fe la mejor vía de salida. La oración cambia
las cosas y proporciona alivio para todos los males.

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