Adorar en espíritu y en verdad.


Jesús le dijo a la mujer Samaritana: “Viene la hora cuando los verdaderos adoradores le adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad. Le indicó el nivel en que debe ocurrir la verdadera adoración, se debe buscar a Dios en absoluta sinceridad, con un espíritu guiado por la vida y la actividad del Espíritu Santo.

Adorar en espíritu y en verdad es mucho más que un acto ritual o religioso.

Adorar a Dios va más allá de lo que expresan nuestros labios a través de una oración o de una canción. La adoración implica un acto de rendición total. Compromete todo nuestro ser: corazón, cuerpo, emociones, intelecto... Dios busca que rindamos la totalidad de nuestra vida ante él. No busca personas convertidas a medias. Dios busca adoradores y quiere enseñarnos a rendirle culto sólo a él.

 En santidad: resulta imposible pensar en una adoración verdadera si esta no va acompañada de santidad. Dios busca más que cánticos llenos de emoción o silencios solemnes. Dios mira nuestras motivaciones, nuestra confianza puesta en él por sobre las tentaciones de este mundo. Donde está nuestro corazón allí estará dirigida nuestra adoración. Pablo a los romanos en el c. 12:1 recuerda que un verdadero adorador es aquel que se presenta como un sacrificio vivo. El culto agradable a Dios es aquel que va acompañado de una vida de santidad y no sólo de bellas sensaciones.

 Un estilo de vida: La adoración es un estilo de vida. El verdadero adorador experimenta una mayor capacidad para gozarse a pesar del sufrimiento. El gozo que sentimos en la adoración es cada vez más profundo y no disminuye con las pruebas. La adoración verdadera no se limita a un espacio y un tiempo determinado, más bien se encuentra en los actos más cotidianos de nuestra vida. No es un momento aislado, es transitar la senda de la santidad entregándole a cada paso a Dios todo lo que hacemos, lo que decimos, lo que sentimos.

 Conclusión: La adoración es un acto espiritual y hoy es el día en que el Padre está buscando quienes le adoren en espíritu y en verdad.
Texto: Juan 4:23-24.

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